A cidade imperial e a cidade miserável I*
Mike
Davis
Mike Davis,
miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, acaba de
publicar en
“El caos no
siempre entraña una fuerza maligna. El peor escenario imaginable siempre es aquél en que la gente es silenciada. Su destierro se hace
permanente. Se está produciendo una selección implícita de la humanidad. Se
designa a las personas que deben morir y se olvida el asunto del mismo modo que
olvidamos el holocausto del SIDA o que acabamos siendo inmunes a las llamadas
de socorro de las hambrunas. Hay que despertar al resto del mundo, y los pobres
de las ciudades miseria y las barriadas degradadas están experimentando con un
amplio abanico de ideologías, plataformas y modos de utilización del desorden:
desde ataques casi apocalípticos contra la propia modernidad hasta atentados de
vanguardia para inventar nuevas modernidades, nuevas clases de movimientos
sociales.
“Pero uno de los
problemas fundamentales estriba en que, cuando se tiene a tanta gente luchando
por puestos de trabajo y espacio, la forma obvia de
regularlos es mediante el surgimiento de padrinos, jefes tribales, líderes
étnicos, que operan todos sobre principios de exclusión étnica, religiosa o
racial. Esto tiende a crear guerras
autoperpetuantes, casi eternas, entre los propios pobres. De modo que en
la misma ciudad pobre puede hallarse una multiplicidad de tendencias
contradictorias (gentes adorando al Fantasma Sagrado, o uniéndose en bandas
callejeras, o formando parte de organizaciones sociales radicales, o
convirtiéndose en clientes de políticos sectarios o populistas)”
I. El nivel cero de la humanidad
Mike Davis luce
pelo corto y bigote canosos, aunque conserva su hechura de tipo no muy alto
pero compacto de hijo de carnicero que en su día acarreó piezas de carne para
su padre en el suburbio de El Cajón, en San Diego. Sin
apenas tiempo para respirar, te hace subir a su vehículo todoterreno y te lleva
a ver McMansion's [en Estados Unidos, es un término
popular peyorativo para designar los grandes chalets de estilo homogéneo, tan
ubicuos en las afueras de las grandes ciudades y carentes de originalidad
arquitectónica como los restaurantes McDonald's. N. del T.], en el extrarradio
de San Diego, para acto seguido acercarte hasta las inmediaciones de la
frontera con México a ver la controvertida valla que acaba de construirse (en
la que tenemos una pelea con
Una lectura
rápida de las ofertas del mercado inmobiliario local
va seguida de la queja de que "¡hoy en día de lo único que se habla en San
Diego es del valor de las propiedades inmobiliarias!". No deja de señalar
cada una de las bases militares por las que pasamos.
"La gente no se da cuenta de la cercanía de los
militares. No advierten la muerte que les rodea, las plataformas asesinas.
Simplemente, es algo que obvian". Aquí y allá,
sin pausa posible, va emergiendo un extraño recuerdo de tiempos pasados.
("Lo único bueno que tuvo haberse criado en San
Diego era que tenía una base de
Su modesta casa
está situada cerca de uno de los barrios más pobres de
San Diego, al que hacemos una visita rápida mientras discutimos sobre los
graffiti locales echados a perder. Su pequeño estudio, en el
que coloco mis grabadoras, está dominado por una casita de plástico gigantesca
de colores chillones que utilizan sus mellizos de dos años de edad, James y
Cassandra (o Casey). Entrevistarle en su casa implica verse rodeado de la historia revolucionaria del mundo. No hay pared, rincón o grieta, tampoco en el cuarto de baño, que no estén
adornados con un póster revolucionario. ("Camarada. ¡Trabaja y lucha por
Mike Davis, cuyo
primer libro sobre Los Ángeles, “Ciudad de cuarzo”, se convirtió en un
superventas y le colocó en el mapa como uno de los
académicos urbanos más innovadores del país, ha escrito sobre casi todo, desde
la destrucción literaria de Los Ángeles hasta los holocaustos tardovictorianos
del siglo XIX, pasando por el grave peligro potencial de la epidemia de gripe
aviar del momento. Más recientemente, su incansable cerebro se ha dedicado a
investigar sobre la ciudad global en un nuevo libro,
Planeta de ciudades miseria, en el que llega a conclusiones tan sobrecogedoras
que constituyen un motivo suficiente para servir de base a nuestra
conversación.
Improvisamos un pequeño
espacio en el estudio, con mis grabadoras entre de los
dos, y empezamos. Davis representa algo de la vieja, y
ya casi extinguida, tradición autodidacta de Estados Unidos. En un mundo
tribal, sin lugar a dudas él habría sido el contador
de historias del grupo. A mitad de nuestra entrevista, que a trechos se
convierte en un fascinante monólogo, nos interrumpen repentinamente unos lloros
infantiles que se escuchan en algún lugar de la casa.
Casey se ha despertado de mal humor de su siestecita.
Davis se excusa rápidamente, e instantes después regresa con una niña de pelo
negro azabache vestida de color rosa que, a horcajadas sobre sus
hombros, ensaya un lloriqueo sordo. Poco a poco, con la
ayuda de su padre, la niña se consuela, se sienta y empieza a parlotear, desde
luego con menos locuacidad y claridad expositiva que su padre. Tan pronto se
acomoda en la holgada casita de plástico, nos obliga a
participar en el juego del "lobo malo malísimo". Cuando, trascurridos
unos veinte minutos, empieza a jugar por su cuenta, Davis se dirige a mí y, antes de que le de pie a reanudar la entrevista (yo apenas
estaba comprobando qué era lo último que había dicho), retoma la frase
exactamente en el punto donde la había dejado y continúa como si nada hubiera
ocurrido.
Tomdispatch: Estoy muy interesado en que
cuentes cómo llegaste a ocuparte del asunto de las
ciudades
Mike Davis:
Llegué a ocuparme del tema de la ciudad de la forma
más localista que pueda imaginarse, tratando de analizar la ciudad de Los
Ángeles. Fui a parar a Los Ángeles puesto que, habiendo sido un izquierdista de
nuevo cuño de los años sesenta y habiendo dedicado una cantidad enorme de
tiempo al estudio del marxismo, pensaba que la teoría
social radical podría explicarlo todo. Pero me di cuenta de que la prueba de fuego consistía en comprender Los Ángeles.
Quizás no
debería decirlo, pero casi todo lo que he escrito
sobre otras ciudades es deudor, al menos en parte, del proyecto sobre Los
Ángeles. Por ejemplo, la investigación sobre la
tendencia hacia la militarización del espacio urbano y hacia la destrucción del
espacio público en Los Ángeles me ha llevado a explorar los patrones globales
de este fenómeno. Asimismo, el interés por los
suburbios de Los Ángeles me ha llevado a indagar sobre el destino que aguarda a
los viejos suburbios de todo el país y a observar con atención las formas
políticas emergentes de las ciudades fronterizas. De modo que a partir de esa
exploración localista basada en Los Ángeles, que en el
proyecto original incluía un reducido mosaico de 450 casos individuales, ha ido
emergiendo la realidad de todo el mundo.
Podría
explicarlo del siguiente modo. En la
década de 1950, cuando a las oficinas públicas de servicios sociales les
preocupaba que los veteranos de guerra que se estaban instalando en los
suburbios no tuvieron un sentido de arraigo, se realizó un estudio de gran
alcance sobre cuántos mundos de vida efectivamente existían en el Gran Los
Ángeles, y se llegó a la conclusión de que la gente vivía en unas 350
comunidades (pequeñas ciudades, barrios, suburbios). Puede que hoy existan unas
500. La idea que andaba por detrás de mi trabajo era
que cada una de esas piezas que constituían lo que llamamos Los Ángeles tenía
una historia completamente local y absolutamente descentralizada que contar
sobre sí misma, pero que al mismo tiempo reflejaba algunos aspectos importantes
del conjunto. Creo que desde un punto de vista literario podría pasarme varias
vidas contando una historia que, a partir de cada uno de esos lugares, hablara
de Los Ángeles. De modo que ésta era mi metodología. Supongo que en el proceso acabé incorporando la condición de urbanista
simplemente porque la gente empezó a calificarme así. En realidad nunca me he considerado historiador, sociólogo, economista político,
ni teórico urbano.
TE.- ¿Pero te defines a ti mismo de algún
modo?
MD.- Como tantos otros supervivientes de
Y todo esto
forma parte del rompecabezas estratégico del que me
ocupé en Ciudad de cuarzo. Los Ángeles se encontraba en un momento muy crítico
de su historia. La globalización había reorganizado por completo su economía,
remodelándola de arriba abajo, y mucha gente se había quedado en la cuneta. Pero la ciudad tenía –y
aún tiene– esa cualidad proteica de ser capaz de las mejores cosas, de una
política progresista, de un activismo sorprendente. Al mismo tiempo, quería
escribir un libro que fuera también útil para la nueva
generación de activistas y que enseñara una nueva forma de mirar un lugar como Los
Ángeles, cuya fantasía identitaria había quedado materialmente incorporada en
su estructura. Es una ciudad que vive sus imágenes.
TE.- Y fue entonces cuando ocurrieron las revueltas de 1992...
MD.- … y yo traté de verlas como una consecuencia
directa del proceso de globalización. Algunos ganaban, otros perdían. También
ocurrió que en la zona Sur del núcleo central de Los
Ángeles la globalización estaba encarnada en la industria farmacéutica
transnacional. Aquella fue la única modalidad de
globalización que realmente invirtió dinero en esas calles. El libro que debía
seguir después de Ciudad de cuarzo era uno sobre la
historia de Rodney King, que contaba la vida de un barrio desde un punto de
vista interno, acaso lo única estrategia narrativa que podía dar cuenta de la
complejidad de los acontecimientos ocurridos. Casi por accidente, tuve acceso a
algunos de los protagonistas claves del evento. Por
ejemplo, conocía a la madre del tipo que fue
encarcelado por haber estado a punto de asesinar al transportista. Además, yo
tenía amigos en la familia de Dewayne Holmes, el
principal promotor de la tregua de la banda de Watts.
Tenía la esperanza de poder ensamblar esas historias con los
relatos vecinales para conseguir explicar el surgimiento de algo que al mismo tiempo
era una justificable explosión de ira contra la policía, un motín por el pan
con formas posmodernas y un pogromo contra las tiendas regentadas por
asiáticos. Pero mi proyecto encontró escollos insalvables en dos frentes. En
primer lugar, nunca podría encontrar una justificación moral suficientemente
buena para saquear las vidas de la gente simplemente
para fines narrativos, ni tampoco me veía capaz de cargar sobre mis hombros con
el derecho a contar sus historias. Al mismo tiempo, el
proyecto tenía tintes emocionales demasiado horrendos. Sólo serviría para
añadir a las vidas de mis amigos y conocidos muchas más penurias y dolor,
además de cantidades ingentes de tristeza y frustración. La perspectiva de
vivir esta experiencia con ellos –en esa época ejercía
diversos oficios, a lo que se añadía la circunstancia de criar en solitario a
un adolescente– me llevó a tomar la decisión de que eso no era lo que yo podría
hacer. Estaba convencido de tener en mi cabeza un libro de una factura
extraordinaria, pero no tenía ni la claridad de ideas,
ni la energía emocional suficientes para escribirlo.
Afortunadamente,
tuve la idea de incluir en el proyecto los desastres
naturales. Y fue así como el libro sobre las revueltas
se metamorfoseó en un libro sobre
En resumen, me
refugié en la ciencia y opté por recorrer el camino
que va de la microescala de las biografías particulares hasta la macroescala de
las placas tectónicas y de El Niño. La ciencia constituyó mi primera pasión, y
acabé dedicando más tiempo a escribir aquel libro en la
biblioteca de geología del Cal Tech [Instituto de Tecnología de California] que
en los salones de la gente que conocía en las zonas Central y Sur de Los
Ángeles.
TE.- Si saltamos 15 años hasta llegar a tu nuevo libro, Planeta
de ciudades miseria, con todo su acervo urbano. ¿Podríamos pensar que en este
momento sigues alguna consigna de algún comité central? ¿Nos podrías introducir
en el tema de la creciente conversión del planeta en
conurbaciones pobres y degradadas?
MD.- Increíblemente, ni la teoría social clásica, ya
pensemos en Marx o en Weber, ni la teoría de la modernización de la época de
TE.- Danos algunas cifras sobre el proceso de expansión masiva de
las barriadas pobres en todo el planeta.
MD.- Solamente en los últimos años hemos sido capaces
de advertir el proceso de urbanización a escala global. Anteriormente, los
datos eran poco fiables, pero Naciones Unidas Habitat ha realizado esfuerzos
heroicos utilizando nuevas bases de datos, encuestas sobre vivienda y estudios
de casos concretos, a fin de fijar una base de partida fiable para la posterior discusión sobre el futuro urbano. El informe
que publicó hace tres años, El reto de las ciudades miseria, tiene una
connotación de acta fundacional de un nuevo gran camino de exploración de la pobreza urbana que los asemeja a lo que en el siglo XIX
representaron los trabajos de Engels, Mayhew o Charles Booth (o de Jacob Riis,
en los Estados Unidos).
Una estimación
conservadora arroja la cifra de mil millones de
personas que viven hoy en barriadas pobres y de más de mil millones de personas
reducidas a la condición de trabajadores informales que luchan simplemente por
sobrevivir. Van desde los vendedores callejeros hasta los trabajadores
contratados por horas, pasando por las cuidadoras de niños, las prostitutas o
quienes venden sus órganos para transplantes. Esas
cifras son asombrosas, y lo serán más cuando nuestros hijos o los hijos de
nuestros hijos sean testigos de la explosión final de
la población humana. Alrededor de 2050 o 2060 la
población humana alcanzará su crecimiento máximo, que probablemente estará
entre 10.000 y 10.500 millones de personas. No llegará a alcanzar los niveles
de algunas de las anteriores predicciones más apocalípticas, pero alrededor de
un 95% de este crecimiento se producirá en las ciudades del
Sur.
TE.- Básicamente, en las conurbaciones pobres…
MD.- El crecimiento futuro de la humanidad será en las
ciudades, de forma abrumadora en las ciudades pobres, y mayoritariamente en las
barriadas degradadas.
La urbanización
clásica vía el modelo
Manchester/Chicago/Berlín/Petersburgo aún constituye el patrón que siguen China
y algunos otros lugares. Cabe destacar, sea dicho de paso, que la revolución industrial urbana que acontece en China hace
inviable que se repitan casos similares en otros sitios. China absorbe toda la capacidad de producción de bienes que requieren energía
eléctrica (y cada vez más, bienes de cualquier otro tipo). Pero en China y en
algunas otras economías adyacentes aún puede verse que el
crecimiento urbano va acompasado con el motor de la industria. En cualquier
otro lugar, lo que se está generando es crecimiento
urbano sin industrialización; y aún más chocante: a menudo hay aumento de
población, sin que haya crecimiento económico de ningún tipo. Lo que ha
ocurrido en los últimos veinte años de historia es que
las grandes ciudades industriales del Sur (Johannesburgo, Sao Paulo, Mumbai,
Belo Horizonte, Buenos Aires) han sufrido una desindustrialización masiva, con
descensos bruscos en las tasas de empleo del 20-40%.
La mayor parte
de las mega-barriadas pobres de la actualidad
aparecieron en las décadas de 1970 y 1980. Antes de 1960 la
pregunta era: ¿por qué las ciudades del Tercer Mundo crecen tan lentamente? En
realidad, en esos momentos había escollos institucionales insalvables para una
urbanización rápida. Los imperios coloniales aún restringían la
entrada a las ciudades, mientras que en China y en otros países de filiación
estalinista un sistema interno de pasaportes controlaba los derechos sociales,
y por ende, la migración doméstica. El gran boom urbano empezó en la década de 1960, fruto de la descolonización. Pero
entonces los estados nacionalistas revolucionarios defendían que el Estado debía jugar un papel integral en la provisión de
vivienda e infraestructuras. En la década de 1970, el
Estado empieza a replegarse, y en la de 1980, en la etapa del ajuste
estructural, se inicia una década de abierta retirada del Estado en América
Latina, y en mayor medida aún, en África. Para entonces, las ciudades
subsaharianas ya están creciendo a una velocidad mayor que las ciudades
industriales de la época victoriana en sus momentos de
mayor eclosión; pero al mismo tiempo que crecían, empezaban a perder puestos de
trabajo.
¿Cómo podrán las
ciudades mantener el crecimiento demográfico sin que
haya crecimiento económico (en el sentido en el que lo entienden los manuales
de economía)? O, por decirlo de otro modo, ¿por qué, ante estas
contradicciones, no han explotado ya las ciudades del
Tercer Mundo? Bueno, en cierto modo sí han estallado. A finales de los ochenta
y principios de los noventa se produjeron grandes algaradas contra la deuda y protestas contra el Fondo Monetario Internacional
en todo el planeta.
TE.- ¿Eran parte de eso las revueltas de 1992 en Los Ángeles?
MD.- Puesto que Los Ángeles aúna rasgos propios de una
ciudad del Tercer Mundo y del Primer Mundo, se adecua al patrón global de
malestar social. Algo que era completamente invisible para los políticos y
líderes de Los Ángeles, pero que era obvio para cualquiera que conociera lo que
ocurría en la calle, era el gran impacto que había
tenido la recesión más grave desde 1938 en el Sur de California. Era evidente
que el mayor daño no se lo había llevado la industria
aeroespacial (sobre lo que se habían escrito ríos de tinta), sino los barrios
de la ciudad habitados por pobres e inmigrantes. Durante el
año en que viví en el centro de la ciudad, una ladera ocupada por un puñado de
personas sin techo, hombres negros de mediana edad, pasó a estar ocupada por
entre 100 y 150 jóvenes de procedencia latina. Esa gente, seis meses antes,
tenían todavía trabajo, contratados por horas o como lavaplatos.
Si el detonante fue la atrocidad que se cometió contra Rodney
King y los agravios acumulados por la juventud negra en una comunidad en la que
el empleo global significa crack, eso se convirtió en algo más complejo y de
mayor escala por los saqueos generalizados en barrios latinos donde la gente
pasaba hambre y vivía bordeando la condición de los sin techo.
TE.- ¿Cómo interpretan globalmente los políticos y los líderes lo
que está ocurriendo en las ciudades?
MD.- En la década de 1980, el Banco Mundial,
economistas del desarrollo y grandes ONG descubrieron que, a pesar de la
renuncia casi completa del Estado a participar en la planificación y dotación
de vivienda para los pobladores urbanos pobres, la gente seguía luchando por
encontrar cobijo, por realizar ocupaciones ilegales y por sobrevivir. De esa
realidad surgió la noción de la bondad de la
urbanización autónoma. Denle a la gente medios, y
ellos mismos construirán sus casas y organizarán sus barrios. En parte, se
trataba de un encumbramiento plenamente justificado del
urbanismo de los de a pie. Pero en manos del Banco
Mundial se trocó en un nuevo paradigma: el Estado es cosa del pasado, que nadie
se preocupe por él; la gente pobre puede improvisar la ciudad. Sólo necesitan
micro-créditos…
TE.- …en realidad, micro-créditos con altos intereses.
MD.- Así es. Y entonces, milagrosamente, la gente pobre crearía sus propios universos urbanos, sus propios
empleos.
Planeta de
ciudades miseria sigue deliberadamente el camino
iniciado por el informe de Naciones Unidas El reto de las ciudades miseria, el
cual nos alertaba de que la crisis global de desempleo urbano entrañaba el
mismo tipo de amenaza para nuestro futuro colectivo que el cambio climático. La
verdad es que este viaje virtual a las ciudades de los
pobres es un intento de sintetizar una amplia literatura especializada en
pobreza urbana y poblamiento informal. En el libro
extraigo dos grandes conclusiones.
La primera es ya no hay nuevas tierras disponibles para ser ocupadas.
En algunos lugares, eso ocurrió hace ya mucho tiempo. El único modo que hay de
construirse una chabola en tierra no ocupada es
ocupando algún lugar tan peligroso como para que no pueda llegar a tener nunca
valor de mercado. Si ahora nos alejáramos unas millas hacia el
Sur y cruzáramos la frontera hacia Tijuana, rápidamente te darías cuenta de que
las tierras en las que había verdaderos barrios surgidos de ocupaciones
ilegales ahora pueden comprarse y venderse, y a veces incluso se subdividen
para sacar más provecho de las mismas. La gente pobre de solemnidad de Tijuana
que acampa al modo tradicional, sólo puede hacerlo en
los barrancos y en los cauces de los riachuelos, y es muy probable que sus
casas no logren mantenerse en pie más allá de un par de años. Eso es lo que ocurre en todo el Tercer Mundo.
La ocupación de
tierras se ha privatizado. En América Latina se le
llama "urbanización pirata". Allí donde veinte años atrás la gente ocupó tierras baldías, resistió órdenes de
desahucio e incluso llegó a tener el reconocimiento legal por parte del Estado,
ahora se pagan precios muy altos por pequeñas parcelas de tierra o, si no
pueden permitírselo, se alquilan a otra gente pobre. En la
mayoría de barriadas pobres, la mayor parte de los pobladores no son ocupantes
ilegales, sino inquilinos. En el barrio de Soweto
(Johannesburgo, Sudáfrica), podía verse como la gente llenaba sus patios
traseros de chabolas para alquilarlas. La principal estrategia de supervivencia
para millones de pobladores urbanos pobres que llevan suficiente tiempo en la ciudad como para poseer algún pedazo de tierra consiste
en subdividir esas parcelas y alquilarlas a terceros, convirtiéndose así en
terratenientes con algún poder sobre otras personas aún más pobres. Pero la válvula de escape, esta frontera de la tierra urbana
libre que a veces se ha romantizado demasiado, ha tocado a su fin.
La otra
conclusión importante tiene que ver con la economía
informal. Entiendo por tal la capacidad de la gente
pobre para improvisar formas de ganarse la vida mediante actividades económicas
no registradas oficialmente, como la venta callejera, el trabajo por horas, el
servicio doméstico, o incluso los delitos por cuestión de pura subsistencia. La
economía informal se ha romantizado más, si cabe, que la
ocupación ilegal, con grandes alharacas sobre la capacidad de los
micro-emprendimientos para sacar a la gente de la pobreza. Pero los datos de
los casos estudiados en todo el mundo indican que eso
ha llevado a que aún haya más gente concentrada en un pequeño número de nichos
de supervivencia: demasiados cochecitos tirados por personas, demasiados
vendedores callejeros, demasiadas mujeres africanas que convierten sus chabolas
en improvisadas tiendas para vender licores, demasiada gente que lava ropa,
demasiada gente haciendo cola en los lugares donde se ofrece algún trabajo.
TE.- En cierto sentido, ¿estás diciendo que el antiguo Tercer
Mundo se ha convertido en el Tricentésimo Mundo?
MD.- Lo que digo es que los dos mecanismos básicos que
tenían los pobres para acomodarse en ciudades en las que ya hace mucho tiempo
que el Estado ha dejado de invertir han llegado al límite de sus posibilidades,
precisamente cuando somos conscientes de que ha habido dos generaciones
consecutivas de rápido crecimiento de las ciudades pobres. La siniestra pero
evidente pregunta que hay que hacerse es: ¿qué hay más
allá de esta frontera?
TE.- Esta idea la resumes en la siguiente cita de “Planeta de
ciudades miseria”: "Con una gran valla protegida con sistemas de alta
tecnología bloqueando la migración a gran escala hacia los países ricos, sólo
las barriadas pobres siguen siendo una solución factible al problema del
almacenamiento de la humanidad excedente de este siglo".
MD.- Las dos ciudades pobres más importantes del siglo
XIX en Europa que responden a este patrón fueron Dublín y Nápoles, pero nadie
las concebía como el futuro esperable. La razón por la
que no hubo más Dublines y Nápoles fue, por encima de cualquier otra
consideración, la existencia de la válvula de escape de la emigración
atlántica. Hoy, la mayor parte del Sur tiene limitada
en la práctica su capacidad de migración. Históricamente, no hay precedentes,
por ejemplo, del tipo de fronteras que se han
construido en Australia y en Europa occidental, fronteras deliberadamente
diseñadas para excluir de una forma absoluta, con la excepción de un limitado
flujo de trabajadores técnicamente capacitados. Históricamente, la frontera de Estados Unidos con México ha sido otra cosa.
Actúa de presa que regula el suministro de fuerza de
trabajo, sin cerrar nunca por completo el flujo. Pero, más en general, la gente que hoy vive en países pobres no tiene las
oportunidades que en el pasado tuvieron los europeos pobres.
Fuerzas
inexorables están expulsando a la gente de su medio
natural y esta población, convertida en excedente por la globalización
económica se amontona en las conurbaciones pobres, en las que ni hay
naturaleza, ni propiamente tampoco ciudad, razón por la cual tienen hoy los
teóricos urbanos tantas dificultades para catalogarlas.
En los Estados
Unidos llamaríamos a esas áreas exurbia pero aquí las exurbes son un fenómeno
algo distinto. Si observas las ciudades estadounidenses, lo más sorprendente es el asentimiento exurbano: personas que antes viajaban
para ir al trabajo desde el campo hasta los confines de las ciudades, ahora
viven en McMansion's o incluso en terrenos aún más amplios con más vehículos
todoterreno estacionados frente a sus casas que antes. Consiguen que el suburbio tradicional de los años 50 de Lewittown, con sus
casas hechas de materiales baratos y sus pequeños habitáculos, parezca
medioambientalmente eficiente. En otras palabras, cuanto más se desplaza la gente de la clase media, tanto más aumenta la huella que
dejan el medio ambiente.
La otra cara de
este asunto es la de la gente más pobre que vive
apiñada en los lugares más peligrosos de las laderas montañosas, cerca de
vertederos tóxicos, viviendo en llanuras inundables, año tras año a la cabeza
del número de víctimas causadas por desastres naturales (algo que tiene más que
ver con los esfuerzos desmedidos que la gente pobre tiene que hacer, que con
supuestos cambios naturales). En las ciudades más grandes del
Tercer Mundo siempre te encuentras un área en la que algunas de las personas
más ricas viven en comunidades protegidas fuera de los suburbios, pero lo que
sobre todo te encuentras es a dos tercios de los pobladores de barriadas pobres
del mundo apilados en una especie de tierra de nadie urbana.
TE.- A esto lo has llamado "nivel cero existencial".
MD.- Así es, porque se trata de urbanización sin
urbanidad. Un ejemplo de esto es el del grupo
islamista radical que atacó Casablanca hace unos años, formado por unos 15 o 20
chicos pobres que habían crecido en la ciudad, pero que nunca se habían sentido
parte de la misma. Habían nacido en los límites, no en barrios
de clase trabajadora y pobre tradicional que dan apoyo a un movimiento
islamista no nihilista, ni tampoco eran personas que provinieran del campo y
nunca hubieran logrado integrarse en la ciudad. En sus
mundos de barriadas pobres, la única clase de sociedad o de orden lo
proporcionan las mezquitas o las organizaciones islamistas.
Hay versiones de
los hechos que cuentan que algunos de los chicos que realizaron el ataque no habían estado nunca en el centro de la ciudad,
y esto, en mi opinión, se convierte en una metáfora de lo que está ocurriendo
en todo el mundo: existe toda una generación que ha vivido confinada en
vertederos, y no sólo en las conurbaciones más pobres y asilvestradas.
Tomemos
Hyderabad, el escaparate de la alta tecnología de
TE.- Tengo la impresión de que, en Bagdad, Bush está tratando de
crear una extraña versión del mundo urbano que describes en Planeta de las
ciudades miseria. Allí podemos ver una zona franca imperial rodeada de vallas
en el centro de la ciudad con su correspondiente
Starbucks y, fuera de allí, el resto de la capital en vías de desintegración y
la enorme barriada pobre de Sadr City. El único intercambio que hay entre ambas zonas son los helicópteros armados con misiles en una
dirección y los coches bomba en la dirección contraria.
MD.- Exactamente. Bagdad se ha convertido en el paradigma de la quiebra del espacio público, e incluso de
la desaparición del espacio en el que conviven los extremos. Los barrios en los que convivían integrados suníes y chiítas han
sido rápidamente desbaratados, no sólo por la acción estadounidense actual,
sino también por el terror sectario.
Sadr City, en su
momento llamada Ciudad de Saddam, situada en el
cuadrante oriental de Bagdad, ha crecido hasta alcanzar proporciones grotescas
(dos millones de personas pobres, mayoritariamente chiítas). Y sigue creciendo,
como lo hacen también las barriadas pobres de los suníes, en esta ocasión sin
que Saddam tenga nada que ver, sino por la desastrosa
gestión estadounidense de la agricultura iraquí, en la que no se ha invertido
dinero alguno de los programas de reconstrucción. Granjas enormes se han
convertido en desiertos, mientras que todos los esfuerzos se han concentrado,
sin demasiado éxito, en la reconstrucción del sector
petrolífero. Debería ser esencial preservar cierto equilibrio entre el campo y la ciudad, pero las políticas de los
norteamericanos no han hecho más que acelerar el abandono de las tierras.
Naturalmente,
las zonas francas constituyen comunidades protegidas, la
ciudadela dentro de la gran fortaleza. Este es un
fenómeno emergente en todo el mundo. En mi libro contrapongo este hecho al del crecimiento de las barriadas pobres periféricas.
Puede observarse una clase media preocupada por conservar su cultura
tradicional en la zona central de la ciudad y
configurar un mundo en el que se desarrolle una forma de vida supuestamente
californiana. Algunas de esas áreas disponen de tantos dispositivos de
seguridad, que se han convertido en verdaderas fortalezas. Otras son suburbios
de un estilo más típicamente americano, pero todas se organizan con la mira puesta en unos Estados Unidos de ensueño, y muy
particularmente basadas en la fantasía de una California universalmente
difundida por televisión.
De modo que los
nuevos ricos de Pequín pueden desplazarse del trabajo
a su casa por autopista hasta llegar a áreas protegidas que tienen nombres como
Orange County y Beverly Hills (también hay un Beverly Hills en El Cairo, así
como un barrio entero diseñado según la estética de Walt Disney). En Yakarta
ocurre lo mismo: zonas en las que la gente vive en
unos Estados Unidos imaginarios. Proliferan como síntoma del
desarraigo de la nueva clase media urbana en todo el mundo. En el mismo proceso se observa la obsesión creciente por poseer
cosas que pueden verse por televisión. De modo que te encuentras con
arquitectos del Orange County real diseñando un
"Orange County" en las afueras de Pequín. Existe un mimetismo
tremendo con todas las cosas que la clase media ve por
televisión o en las películas.
TE.- Para referirnos a otro proyecto urbano de Bush, algo
parecido está ocurriendo en Nueva Orleáns, ¿no te parece?
MD.- Sin duda. Lamentablemente, la
mayor parte de la clase alta blanca de Nueva Orleáns preferiría vivir en una
versión de parque temático del Nueva Orleáns histórico, antes que hacer frente
a la tarea real de reconstruir la ciudad o de convivir con la mayoría
afroamericana. Las expectativas de la gente de vivir
de una forma auténtica hace ya mucho que han perdido la referencia de la
realidad. En Ecología del miedo mostré cómo los
Estudios Universal habían reunido todos los símbolos de Los Ángeles, habían
realizado copias en miniatura de los mismos y los habían colocado en un lugar
protegido llamado City Walk. De modo que cuando vas a la
ciudad, visitas esa réplica (un equivalente de Las Vegas), en vez de acudir a
la ciudad de verdad. Visitas el parque temático de la
ciudad, que básicamente es un supermercado. Si vas al
casino, ya has vivido la experiencia completa. Mientras tanto, los pobres
tienen cada vez más vedado el acceso a la cultura y al
espacio público de la ciudad, en tanto que los ricos voluntariamente abdican de
ambos para convertir la arena de la ciudad en un espacio universal genérico que
tiene rasgos idénticos en todos los países. La base común simplemente
desaparece.
Pero aún existen
diferencias enormes entre culturas y continentes. En América Latina lo más
terrible es el grado de polarización política que se
alcanza, la ferocidad con la que la clase media se resiste a las demandas de
los pobres. Chávez ha tenido que importar médicos cubanos porque sólo un puñado
de galenos venezolanos estaban dispuestos a trabajar en los barrios
pobres. Oriente Medio es muy distinto. En El Cairo,
por ejemplo, en donde el Estado ha dejado de prestar
servicios, o es demasiado corrupto como para prestar incluso los más
esenciales, las necesidades son atendidas por profesionales islamistas. La
Hermandad Musulmana ha substituido a los colegios de médicos y de ingenieros. A
diferencia de la clase media de América Latina, que
sólo se moviliza para preservar sus privilegios, se organizan para proporcionar
servicios a los pobres, constituyendo una sociedad civil paralela. En parte
está la obligación coránica de pagar un diezmo, pero
significa algo que tiene importantes efectos sobre la vida de la ciudad.
TE.- Me gustaría dar un breve rodeo. El libro anterior a Planeta
de ciudades miseria fue El Monstruo llama a nuestra puerta [trad, castellana
M.J.Bertomeu, Ed. Viejo Topo, Barcelona, 2006], sobre la
gripe aviar, y creo que, por lo que hemos hablado, está muy conectado con
Planeta de ciudades miseria, porque también habla de un proceso de
empobrecimiento y degradación planetario, el de la agricultura.
MD.- Estamos asistiendo a la recreación de un mundo
dickensiano de la pobreza de la era victoriana, pero a una escala que habría
asombrado a los propios victorianos. De modo que, naturalmente, te preguntas si
no estará regresando la preocupación que asaltaba a
las clases medias victorianas por las enfermedades de los pobres. Su primera
reacción ante una epidemia era irse a Hampstead, abandonar la
ciudad, tratar de alejarse lo más posible de los pobres. Sólo cuando estaba
claro que el cólera había cruzado los umbrales de las
barriadas pobres y había llegado a alguna de las áreas habitadas por la clase
media, se empezaba a realizar alguna acción sanitaria y se disponía algún tipo
de infraestructura de salud pública. La fantasía actual, como en el siglo XIX, es que de algún modo podremos separarnos de
los pobres, podremos erigir vallas a nuestro alrededor, o escapar hacia algún
lugar donde no haya pobres. Creo que son pocos los que se dan
cuenta de las inmensas, literalmente explosivas concentraciones existentes, que
pueden propiciar la difusión de enfermedades.
Hace más de
veinte años, científicos muy destacados en el campo de
las enfermedades infecciosas advirtieron en una serie de trabajos sobre los
peligros de reaparición de determinadas enfermedades. La globalización,
sugerían, estaba causando una inestabilidad ambiental y un cambio ecológico a
escala planetaria, amenazando así el equilibrio entre
los humanos y sus microbios de un modo que podía dar origen a nuevas plagas. Al
mismo tiempo, alertaban del fracaso en crear sistemas
de rastreo de enfermedades e infraestructuras sanitarias de una dimensión
acorde con las medidas de la globalización.
En mi libro
revisé la relación existente entre las barriadas
pobres, ubicuas en todo el planeta y siempre asociadas con desastres
sanitarios, y las condiciones clásicas que favorecen la difusión de una
enfermedad entre las poblaciones humanas. Por otro lado, me centré en cómo la transformación de los medios de vida estaba propiciando
la aparición de nuevas condiciones para el surgimiento de enfermedades entre
los animales y la subsiguiente transmisión de éstas a los humanos.
La gripe es un paradigma muy importante de la enfermedad infecciosa.
Su reserva primigenia se encuentra en el singular
sistema productivo de la agricultura de la China meridional, en la que se
produce una íntima relación ecológica entre pájaros salvajes, pájaros
domésticos, cerdos y humanos. En el caso de la gripe
aviar, en el mundo actual se han creado las condiciones óptimas para su
difusión; además, el crecimiento de las conurbaciones pobres ha provocado un
aumento de la demanda de proteínas en las dietas de la gente, y esta demanda no
puede ser satisfecha por los medios de producción tradicionales de proteínas;
esto se resuelve por la vía de la producción industrial de alimentos.
Todo eso
significa una urbanización de la producción de los
medios de subsistencia elementales. En vez de tener 15 o 20 gallinas en algún
patio y un par de cerdos en la granja, de lo que
estamos hablando en lugares como los alrededores de Bangkok es de un auténtico
cinturón de habitáculos aviares, algo parecido a lo que podríamos encontrar en
Arkansas o en la zona noroeste de Georgia (millones de gallinas hacinadas en
granjas de producción). Una densidad de aves como ésta jamás ha existido en la naturaleza y, según los epidemiólogos con los que hablé,
es muy probable que esto favorezca la evolución acelerada de las enfermedades,
pudiendo alcanzar una virulencia extrema.
Al mismo tiempo,
los humedales de todo el mundo se han degradado y las
aguas se han desviado hacia otros lados, muchas veces para uso de la
agricultura de riego, provocando así un desplazamiento de aves migratorias
salvajes hacia los campos, arrozales y granjas. Toda esta revolución en los
sistemas productivos de los alimentos básicos, particularmente la demanda creciente de carne de pollo –actualmente la
segunda fuente de proteínas del planeta–, el crecimiento de las barriadas
pobres, la degradación de los humedales, todo ha ocurrido a una gran velocidad
entre los últimos diez o quince años; y de todas estas cosas estábamos
advertidos por una generación entera de expertos en enfermedades infecciosas.
Se trata de un desorden ecológico muy radical que ha cambiado la ecología de la gripe y las condiciones bajo las cuales
las enfermedades animales pueden ser transmitidas a los humanos. También ha
ocurrido en un momento en que la sanidad pública en
gran parte del Tercer Mundo urbano se ha degradado. Una de las consecuencias del ajuste estructural de la década de 1980 fue que forzó a
médicos, enfermeras y empleados del sistema público a emigrar, abandonando
Kenia o Filipinas, pongamos por caso, para recalar en Gran Bretaña o Italia.
Se trata de una
fórmula infalible para lograr el desastre ecológico, y
la gripe aviar es la segunda pandemia de la globalización. Hoy parece bastante
claro que el VIH del SIDA surgió, al menos en parte,
del comercio de carne de caza, puesto que los africanos occidentales se vieron
forzados a regresar a la carne silvestre cuando las fábricas europeas empezaron
a envasar al vacío las capturas de pescado del Golfo de Guinea, la principal
fuente tradicional de proteínas de las dietas urbanas. También existe la hipótesis, corroborada por un buen número de evidencias
circunstanciales, de que el VIH probablemente alcanzó su masa crítica en
Kinshasa (Congo), una gran ciudad que es el ejemplo actual más palmario de lo
que acaba ocurriendo cuando el Estado se hunde o se retira de la prestación de
servicios públicos.
De modo que
aparecen el VIH, la gripe aviar, la SARS (otra
enfermedad surgida del comercio de carne de caza, en esta ocasión en ciudades
del sur de China, que se difundió por el mundo a una velocidad terrorífica).
Éste es el futuro de las enfermedades…
TE.- …y de la proliferación de barriadas pobres y degradadas.
MD.- Si, enfermedad en un mundo de ciudades miseria.
Dada la combinación existente de barriadas pobres
globales y cambios a gran escala en la ecología de los humanos y de los
animales, algo como la extensión de la gripe aviar a toda la humanidad es casi
inevitable. Sin embargo, más preocupante aún que la
mera amenaza de la gripe aviar es la reacción contra la misma: una provisión
inmediata de vacunas y antivirales, una atención exclusiva a la protección de
la salud de las poblaciones en un puñado de países ricos, los cuales además
monopolizan la producción de esa clase de fármacos. En otras palabras, el abandono consciente de los pobres. Si la
gripe aviar no llega este año, sino dentro de cinco, habrá una diferencia en el
nivel de protección en los Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña. Los pobres,
en cambio, estarán donde están, particularmente en el
caso de los africanos, que tienen el riesgo añadido del holocausto que está
produciendo el VIH, facilitando que la población sea más propensa a contraer
nuevas infecciones.
TE.- De modo que éste es uno de los posibles metabolismos entre
la ciudad imperial y la ciudad de barriadas pobres. El otro posible metabolismo
tiene que ver con la violencia, con nuestras guerras
contra el terror, contra las drogas, y contra lo que fuere. Con eso quiero
referirme a que si primero se piensa en Vietnam y luego se observa qué ha
ocurrido en Irak, uno cae en la cuenta de que hoy la
jungla de la guerra moderna está en las barriadas pobres.
MD.- Sin pretender minimizar las contradicciones
sociales explosivas que aún subyacen en las zonas rurales, está claro que la
futura guerrilla, la insurrección contra el sistema mundial, se ha desplazado a
la ciudad. Nadie ha entendido esto con mayor claridad que el
Pentágono, y nadie ha lidiado con la misma intensidad con las consecuencias
empíricas de esta situación. Sus estrategas están a
años luz en la comprensión del fenómeno del mundo de las barriadas pobres con
respecto a los geopolitólogos y responsables internacionales con una visión
tradicional…
TE.- …y también sobre el calentamiento global.
MD.- Sí, puesto que se dan cuenta de la inestabilidad
potencial que creará, y acaso también están valorando los cambios ventajosos
que puede producir en los equilibrios de poder internacionales.
Lo que han
demostrado los Estados Unidos en los últimos años es
una extraordinaria capacidad para noquear la organización jerárquica de la
ciudad moderna, atacar sus infraestructuras básicas y sus puntos de
interconexión, borrar las emisoras de televisión y bloquear los puentes y las
vías de suministro energético. Las bombas inteligentes pueden hacerlo, pero
simultáneamente el Pentágono ha descubierto que esto
no es aplicable a la periferia de barriadas pobres, a las zonas laberínticas,
casi desconocidas, sobre las que no existen mapas, en las que no hay jerarquías
definidas, que carecen de infraestructuras centralizadas y de edificios altos.
Existe una clase muy singular de literatura militar tratando de adivinar qué es lo que el Pentágono ve como la tierra incógnita de este
siglo, que hoy en día está representada por las barriadas pobres de Karachi,
Puerto Príncipe y Bagdad. Todo esto remite a la
experiencia de Mogadiscio (en 1993), que supuso un gran conmoción para los
Estados Unidos y mostró que los métodos de guerra urbana tradicionales no
funcionaban en las barriadas degradadas.
TE.- Aunque casi nadie lo mencione, en las calles de Mogadiscio,
además de algunos soldados estadounidenses, también perecieron un número
indeterminado pero elevado, como mínimo unos cuantos centenares, de somalíes.
MD.- Podemos cometer carnicerías a gran escala,
asesinando con relativa facilidad a centenares de personas. Lo que no sabemos
hacer es cortar con precisión quirúrgica los nudos de
interconexión básicos, puesto que éstos apenas existen. Porque ni estamos lidiando con un sistema que tiene un espacio
jerarquizado, ni generalmente tratamos tampoco con organizaciones con
estructuras jerárquicas. No estoy muy seguro de que el
Consejo de Seguridad Nacional lo comprenda, pero para muchos estrategas
militares es una obviedad. Si se leen los análisis del
Army War College, por ejemplo, se descubre una geopolítica muy distinta de la
que ha desarrollado el gobierno de Bush. Los encargados de planificar las
guerras no hacen hincapié en ejes del mal o en supuestas
conspiraciones, sino que ponen el énfasis en la realidad del terreno: esto es,
en la expansión descontrolada de las barriadas pobres periféricas y en las
oportunidades que éstas proporcionan a una miríada de opositores –barones de la
droga, al-Qaeda, organizaciones revolucionarias, grupos religiosos– para
conseguir hacerse fuertes en esos feudos. Utilizan tecnología GIS (Geographic
Information System) y satélites para completar la
información que les falta, puesto que normalmente el Estado sabe muy poco sobre
sus propias barriadas pobres periféricas.
El asunto del metabolismo de la violencia entre la ciudad de barriadas
pobres y la ciudad imperial está conectado con una cuestión más profunda, la
cuestión de la capacidad de acción humana. ¿De qué modo esta inmensa minoría de
la humanidad que ahora vive en las ciudades, pero que
está desterrada de la economía formal del mundo, podrá encontrar su futuro?
¿Qué capacidad tiene para actuar en sentido histórico? La clase obrera tradicional –como dejó bien claro Marx en el Manifiesto
Comunista– era una clase revolucionaria por dos razones: porque no participaba
en el orden existente, pero también porque estaba centralizada por el proceso
moderno de producción industrial. Tenía un enorme poder social potencial para
convocar huelgas, para simplemente detener la
producción, para tomar las fábricas.
Bien, pues ahora
tenemos una clase trabajadora informal que no ocupa ningún lugar estratégico en
el sistema productivo, en la economía, que sin embargo
ha descubierto un nuevo poder social, el poder de trastornar la ciudad, de
realizar actos significativos en la ciudad, que van desde la no-violencia
creativa de las gentes de El Alto –la enorme barriada gemela de La Paz, en
Bolivia, donde los residentes regularmente levantan barricadas en la carretera
que va al aeropuerto, o cortan las vías de transporte para hacer oír sus
demandas–, hasta la utilización, que se ha universalizado, de los coches bomba
por parte de nacionalistas y grupos sectarios, a fin de golpear barrios de
clase media, distritos financieros e incluso zonas francas protegidas. Pienso
que hay diversos experimentos por doquier, ensayos de búsqueda de la forma más eficaz de utilizar el poder de subvertir la
ciudad.
TE.- Te contaré cuál sospecho que es el mayor poder subveriso
actual: el poder de poner en jaque los flujos de energía. La gente pobre es capaz de realizar acciones muy eficaces con muy poca
tecnología a lo largo de miles de kilómetros de tuberías de petróleo y gas en
todo el planeta que carecen de la más mínima protección.
MD.- Ya se pueden ver elementos de una campaña
incipiente. Sólo en el último mes se ha producido un
atentado con coche bomba en la refinería de petróleo más importante de Arabia
Saudita y ha estallado el primer coche bomba en el delta del Níger, en Nigeria.
Nadie salió herido, pero hizo subir los precios del
petróleo.
TE.- Terminas Planeta de ciudades miseria con esta observación:
"Si el imperio puede utilizar tecnologías orwellianas de represión, sus
marginados tienen a los dioses del caos de su parte".
MD.- El caos no siempre entraña una fuerza maligna. El
peor escenario imaginable siempre es aquél en que la
gente es silenciada. Su destierro se hace permanente. Se está produciendo una
selección implícita de la humanidad. Se designa a las
personas que deben morir y se olvida el asunto del
mismo modo que olvidamos el holocausto del SIDA o que acabamos siendo inmunes a
las llamadas de socorro de las hambrunas.
Hay que
despertar al resto del mundo, y los pobres de las
ciudades miseria y las barriadas degradadas están experimentando con un amplio
abanico de ideologías, plataformas y modos de utilización del desorden: desde
ataques casi apocalípticos contra la propia modernidad hasta atentados de
vanguardia para inventar nuevas modernidades, nuevas clases de movimientos
sociales. Pero uno de los problemas fundamentales estriba en que, cuando se
tiene a tanta gente luchando por puestos de trabajo y espacio, la forma obvia de regularlos es mediante el surgimiento de
padrinos, jefes tribales, líderes étnicos, que operan sobre principios de
exclusión étnica, religiosa o racial. Eso tiende a crear guerras
autoperpetuantes, casi eternas, entre los propios pobres. De modo que en la misma ciudad pobre puede hallarse una multiplicidad de
tendencias contradictorias (gentes adorando al Fantasma Sagrado, o uniéndose en
bandas callejeras, o formando parte de organizaciones sociales radicales, o
convirtiéndose en clientes de políticos sectarios o populistas).
TE.- Sólo una observación final. A menudo se te califica de
apocalíptico, de profeta de la desesperanza, de
catastrofista, pero casi siempre escribes sobre la contribución que hacen los
humanos a la catástrofe, sobre cómo rechazamos afrontar las realidades de
nuestro mundo. De modo que, en mi opinión, tu trabajo siempre tiene un elemento
provechoso, siempre hay algo de esperanzador en él. Al fin y al
cabo, si los humanos tienen parte de responsabilidad en lo que ocurre, es obvio
que algo podemos hacer para evitar que eso ocurra o para abordarlo de una forma
distinta.
MD.- Bueno, mi obligación es tratar de ser lo más
claro y honrado posible sobre qué creo, sobre las ideas que me han animado a
realizar la investigación y que me han llevado a observar la realidad, siempre
con la restricción de mi limitada experiencia vital. No me siento en absoluto
obligado a edulcorar nada de lo que digo con pegotes de supuesto optimismo. En
una ocasión alguien acusó a Ecología del miedo poco
menos que de regocijarse en el Apocalipsis, lo que me llevó a pensar que o bien
el libro estaba mal escrito, o bien estaba mal leído. Entre otras cosas que
contradicen esa acusación, hay un capítulo sobre la
literatura del Apocalipsis en Los Ángeles en el que dejé muy claro que el
regocijo en el Apocalipsis normalmente tiende a ser una modalidad de voyeurismo
racista.
Pero finalmente es importante recordar el verdadero significado del
Apocalipsis en las religiones de la tradición abrahámica, el cual, al fin y al
cabo, y al final de la historia, no es otra cosa que la revelación del texto
real de la historia, de la narración real, no la escrita por las clases
dominantes, por los escribas del poder. Es la historia
escrita desde abajo. Por eso siempre he sentido mucho
interés por las religiones de los oprimidos; por eso he prestado una gran
atención a fenómenos como el Pentecostalismo, que algunos han considerado una
atención poco crítica.
TE.- ¿Dirías, pues, que nuestro futuro colectivo parece abocado
al desastre?
MD.- La ciudad es el arca en la que podríamos
sobrevivir a la debacle medioambiental del próximo siglo. Las ciudades
genuinamente urbanas son la forma medioambientalmente
más eficiente que poseemos de existir en la naturaleza, puesto que pueden
substituir el lujo público por el consumo privado o familiar. Pueden cuadrar el círculo entre la sostenibilidad medioambiental y un nivel
de vida decente. Sin embargo, por muy grande que sea tu biblioteca o tu
piscina, nunca llegará a tener las dimensiones de la
Biblioteca Pública de Nueva York o las de una gran piscina pública. Ninguna
mansión, ningún San Simeón, serán nunca equivalentes a Central Park o Broadway.
Sin embargo, uno de los mayores problemas radica en que estamos
construyendo ciudades que no tienen cualidades genuinamente urbanas. En
particular, las ciudades pobres consumen las áreas naturales y las cuencas
hídricas imprescindibles para el funcionamiento de las
ciudades como sistemas medioambientales, para su sostenibilidad ecológica, y
las consumen tanto por la especulación privada destructiva como simplemente
porque la pobreza tiende a ocupar cualquier espacio. En todo el
mundo, la pobreza y el desarrollo de la especulación privada urbanizan las
cuencas hídricas y los espacios verdes que las ciudades necesitan para tener un
funcionamiento ecológico y ser verdaderamente urbanas. Como resultado, las
ciudades pobres cada vez son más vulnerables ante los desastres, las pandemias
y la catastrófica escasez de recursos, especialmente
de agua.
En sentido
contrario, la mejor forma de afrontar el cambio
medioambiental global es reinvirtiendo –masivamente– recursos en las
infraestructuras sociales y físicas de nuestras ciudades, para así poder
también reemplear a decenas de millones de jóvenes pobres. No debería caer en
saco roto que Jane Jacobs –que tan claramente vio que
la riqueza de las naciones se crea en las ciudades, y no en las naciones– haya
dedicado su último y deslumbrante libro al espectro de la época oscura que está
por llegar.
*
FONTE: Tomdispatch, mayo 2006, Sin Permiso,
21/05/06.
Traducción
de Jordi Mundo